Richard Ford (Jackson, 16 de febrero de 1944) es un famoso narrador estadounidense. Sus obras más conocidas son, por un lado, las tres novelas que componen su trilogía sobre la vida social y moral de los Estados Unidos tras la posguerra: El periodista deportivo (The Sportswriter, 1986), El Día de la Independencia (Independence Day, 1995) y Acción de Gracias (The Lay of the Land, 2006); y, por otro, las colecciones de relatos de Rock Spring y Relatos sin cuento. Recientemente se ha publicado la última de sus novelas “Canada” una historia altamente recomendable cuyo fulgurante inicio tiene continuidad a lo largo de sus más de 500 páginas. Es una de los textos más interesantes de este particular escritor norteamericano cuyo aparentemente lento ritmo narrativo esconde una mirada muy perspicaz sobre la naturaleza humana.
Las primeras líneas de esta novela son suficiente reclamo para sentirse tentado por esta magnífica apuesta para leer en estas fechas postnavideñas o en cualquiera otra:
“ Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vivieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase esto antes que nada.
Nuestros padres eran las personas de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales –aunque, claro está, tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el banco.”
Las primeras líneas de esta novela son suficiente reclamo para sentirse tentado por esta magnífica apuesta para leer en estas fechas postnavideñas o en cualquiera otra:
“ Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vivieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase esto antes que nada.
Nuestros padres eran las personas de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales –aunque, claro está, tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el banco.”
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